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Apuntes históricos sobre El Carmelo

Parque e iglesia de El Carmelo, 1946. Fuente. Archivo Ministerio de Obras Públicas


 En las siguientes líneas intentamos destacar los principales rasgos del embrión original de esta urbanización que hoy se conoce genéricamente como El Vedado

Por: Arq. Ruslan Muñoz Hernández

La Habana se expande

Luego de rebasar sus límites físicos impuestos por la Muralla en busca de espacio, La Habana creció aceleradamente, primero hacia el suroeste y luego al oeste, absorbiendo los núcleos vecinos más cercanos surgidos desde finales del siglo XVIII, conectados por una amplia red de caminos que se convertirían en sus principales arterias viales. A mediados del XIX, la ciudad de extramuros se había extendido hasta Belascoaín. Los progresos técnicos de ese siglo, trajeron aparejadas importantes transformaciones en la ciudad. 

Parte de esos adelantos fue el establecimiento del ferrocarril urbano en 1859, lo que permitió una mayor rapidez y eficiencia en el transporte público dentro de La Habana y además, su conexión con zonas periféricas. Una de las cuatro líneas iniciales nacía en La Punta y culminaba su recorrido en la población de El Carmelo, junto al río Almendares, promovida ese mismo año por José Domingo Trigo y Juan Espino.

El Vedado, situado a dos millas al oeste de la vieja ciudad como su nombre indica, alude al carácter vedado que mantuvo el territorio, por razones defensivas, durante siglos, lo cual restringía las construcciones allí. Relata el arquitecto Luis Bay Sevilla, en el trabajo “Viejas costumbres habaneras. La barriada del Vedado”, en la revista Arquitectura, que su paisaje natural solo estaba acentuado por el Castillo de Santa Dorotea de la Luna, conocido popularmente como La Chorrera (1642) y que para el siglo XVIII apenas existían unos pocos trapiches e ingenios junto a los márgenes del río Almendares y los caseríos La Chorrera y Pijirigua, poblados por pescadores y canteros.

El nacimiento de un barrio singular

En 1813, Antonio Frías Jacot, Conde de Pozos Dulces, compró la hacienda Balzaín que ocupaba la mayor parte del llamado Monte Vedado. Años después, extendió su propiedad a partir de la compra de terrenos contiguos. En enero de 1859, José Domingo Trigo y Juan Espino presentaron al Ayuntamiento de La Habana, el proyecto realizado por el ingeniero civil Luis Iboleón Bosque, para el reparto El Carmelo, a fin de solicitar su autorización.

El Carmelo fue concebido como un suburbio, destinado fundamentalmente a la función residencial, en el cual se dejaron diez manzanas y media para actividades públicas: dos para iglesias, tres para mercados, una para parque, una para Colegio, una para Hospital, la mitad de una para Cuartel y dos para la Estación del Ferrocarril Urbano. Sus promotores, movidos por la belleza y salubridad del lugar, llamaban a un nuevo y moderno modelo de hacer ciudad, pensada y planificada, concebida bajo los principios higienistas de la época. 

El resultado definitivo sería un tejido urbano, con características de una ciudad jardín, inédito en Cuba. Consistió en la parcelación de un territorio de 156 ha, en 105 manzanas de una ha (equivalentes a un cuadrado de 100 m por 100 m), ordenadas en una retícula perfecta, con calles de 16 m, orientadas aproximadamente a 45 grados en relación con el norte. La traza urbana partía desde el río hasta la calle del Prado (Paseo), y se extendía desde el litoral hacia el sur (hasta la calle 21). La vía principal del reparto era una avenida, concebida con un ancho de 25 m, por donde circularía el ferrocarril urbano.

Las reglamentaciones urbanísticas formuladas en el proyecto implicaron una nueva relación entre la edificación y la calle así como un protagonismo, sin precedentes, del verde dentro de la ciudad. Entre esas novedades estaba la nomenclatura de las calles, que se identificaron con números, impares las paralelas al mar y pares las perpendiculares a este. Solo una de las arterias rompe la malla cartesiana de manera particular: la calle Línea (con 25 m de ancho), por la que circulaba el ferrocarril. Esa fue la espina dorsal a partir de la cual se estructuró el proceso de ocupación.

Al año siguiente, en 1860, el trazado de El Carmelo fue prolongado hacia el este, en otro reparto nombrado Vedado donde se mantuvieron los mismos preceptos urbanos que en el primero. 

Desarrollo y expansión de El Carmelo

La ocupación inicial de El Carmelo fue lenta. La mayor parte de las manzanas pobladas se ubicaban en torno a la calle Línea. Su paisaje residencial fue salpicado con construcciones singulares como la iglesia de Nuestra Señora del Rosario (iglesia de El Carmelo), situada en la calle 16, entre 13 y 15, según se concibió en el plano de Iboleón. La primera piedra se colocó en 1872, bajo la dirección del Maestro de Obra Arcadio de Sequeira y el Padre Reginaldo Sánchez. Fue bendecida el 29 de septiembre de 1883. Al bautizarse esta nueva población con el nombre de Carmelo le dieron por titular y patrona a la Virgen del Carmen. Sin embargo, la construcción nunca pudo concluirse por lo que, debido a su aspecto inacabado, es conocida como “El Derrumbe”.

Otro de los lugares más frecuentados por las familias de la zona fue el Salón Trotcha, ubicado en Calzada y 2, abierto al público en agosto de 1886, devenido hotel tras varias ampliaciones, hoy lamentablemente perdido. 

Con el tranvía y la llegada de la electricidad al barrio, se aceleró el crecimiento urbano. Cercana a la estación de ferrocarril, para suministrar energía al tranvía, se construyó en 1905, en 26 y 11, la Planta eléctrica de El Vedado. Luego de funcionar también como Fábrica de Aceite “El Cocinero” (1930-1960) y quedar en desuso durante años es hoy un centro cultural: una “Fábrica de Arte” que le aporta una nueva dinámica a la zona.

Durante la primera mitad del siglo XX el Carmelo continuó rellenándose. A inicios de los años 40, todavía permanecían manzanas completamente vacías en la zona más próxima al río, mientras que la parte norte estaba ocupada por instalaciones militares como el llamado Cuartel del Cuerpo de Ingenieros del Ejército, donde hoy se ubican los hoteles Riviera y Cohiba. No sería hasta la década siguiente que se terminaría el último tramo del Malecón desde la calle G, junto con el túnel. Si bien durante la década de los cincuenta, en que proliferaron los edificios de apartamentos, no sucedió como en La Rampa o las zonas del litoral, en que la fiebre por la altura se alimentó por la especulación sobre los terrenos. Aunque se insertaron variadas funciones públicas predominó su vocación residencial. Después del último medio siglo, siguen formando parte de su paisaje, la apacible vista que se tiene del río Almendares y del pequeño puente de hierro, la enorme furnia de las calles 22 y 21 y algunos de sus inmuebles centenarios. 

Si le han resultado interesantes estas líneas, puede profundizar más en los textos, “El Vedado: historia de un reparto habanero” de Concepción Otero Naranjo y “El Vedado: la ley y el orden” de la autoría de María Victoria Zardoya Loureda (en: Regulaciones Urbanísticas. Ciudad de La Habana. El Vedado. Municipio Plaza de la Revolución, 2007).


Nota: El autor quiere expresar su agradecimiento a la Profesora Doctora Arquitecta María Victoria Zardoya Loureda por la revisión del texto y por facilitar parte de las imágenes para su ilustración.

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