A propósito del Día de los Mártires de la Revolución hablaremos del Parque de los Mártires de la Clandestinidad, ubicado en nuestro municipio.
Por: Lucía Sanz Araujo/ Radio Rebelde
“Andaba por la Avenida 23 rumbo a Marianao…”
Así comienza un cuento antológico: Donde ahora crece un framboyán. ¿Su autor? Manuel Cofiño López, en mi modesto criterio uno de los más sobresalientes escritores de Cuba y que hoy, lamentablemente, apenas se menciona. ¿Las razones de este olvido? no las sé.
Esa obra forma parte de Tiempo de Cambio, primer libro publicado por el habanero y resultó galardonado en el Concurso 26 de Julio del MINFAR, en 1969. Y sí, el lugar donde se desarrolla la acción existe, se trata del hoy nombrado (aunque ningún letrero lo certifique) Parque de los Mártires de la Clandestinidad, que ocupa el área delimitada por las calles 23, 25, 30 y 32, en una especie de cuña, justo antes de cruzar el puente sobre el río Almendares.
Allí radicó el Buro de Investigaciones de la Policía Nacional de la tiranía de Fulgencio Batista. Sitio de triste y terrible recordación donde cientos de luchadores clandestinos sufrieron crueles torturas y asesinatos a manos de los secuaces del coronel Orlando Piedra.
Una de las víctimas, a cuya memoria se colocó una placa de bronce necesitada hoy de una prolija limpieza y mayor realce, está dedicada al mártir santiaguero Oscar Lucero Moya, miembro del Movimiento 26 de Julio, jefe del Comando secuestrador del multicampeón de automovilismo, el argentino Juan Manuel Fangio.
En el libro El héroe del silencio, de Renán Ricardo se señala que una grabación magnetofónica encontrada posteriormente sobre los «interrogatorios» realizados a Oscar por el Servicio de Inteligencia Militar, y que varios de sus compañeros pudieron escuchar, se llegó a la conclusión de que de sus labios no brotó ni una sola palabra que comprometiera al movimiento o la vida de algún compañero, a pesar de que él era uno de los combatientes que mejor conocía las actividades, sitios y nombre de los militantes.
Tras el triunfo de enero de 1959 la tenebrosa instalación fue demolida y en su lugar se edificó un parque infantil.
Se realizó un concurso, pero…
En una entrevista concedida a la revista Revolución y Cultura el arquitecto Augusto Rivero manifestó que en 1976 conoció al creador rumano-cubano Sandú Darié con quien estableció una gran amistad y fuertes vínculos de trabajo, el último de los cuales estuvo referido, precisamente a un concurso para edificar un Monumento a la clandestinidad en el citado parque.
“La brillante idea surgió de Sandú: mantener el parque infantil como máximo homenaje contrapuesto a tan sanguinario sitio, y construir seis inmensas luminarias-laberintos (una por cada provincia existente durante la lucha clandestina), donde una luz central se proyectaría por todas las aberturas del laberinto y por su parte superior.
De modo tal que durante el día fuera un juego más, y de noche se expresaran como gigantescos petardos en explosión, uno por cada provincia, distribuidos de manera que fueran visibles desde cualquier punto de las calles circundantes, y se mantuvieran todos los elementos existentes en el parque.”
A la postre este proyecto no resultó premiado, pero se conservan apuntes y la maqueta que atestigua su existencia.
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