Calle San Antonio Chiquito. Foto: Dazra Novak
Cuando el Cementerio de Espada quedó chico para la ciudad se comenzó a utilizar el de San Antonio Chiquito, luego ampliado para convertirse en la lujosa Necrópolis Cristóbal Colón. En parte de los terrenos de la estancia “La Currita” se habilitó este cementerio provisional, cercado de tablas que se ubicaba en la parte de lo que es hoy el cuartel N. E.
En el Cementerio de Cementerio de San Antonio Chiquito se sepultaron numerosas víctimas de la epidemia de cólera-morbus que afectó a La Habana en 1868, según consta en los primeros libros de entierro conservados en el Archivo de la propia necrópolis.
Crimen atroz
En un terreno no sagrado y en una fosa común, de un lugar extramuros del Cementerio de Colón, fueron arrojados por una compañía de Voluntarios los cuerpos de los ocho estudiantes de Medicina injustamente fusilados por el gobierno español. También se enterraron los restos mortales de los Abakuás que intentaron rescatar a los jóvenes aquel infausto día del 27 de noviembre de 1871.
No se permitió poner ni una cruz, ni siquiera una leve señal del sitio exacto donde se amontonaron los cadáveres. Sus familiares no pudieron reclamar sus cuerpos. Tampoco tuvieron derecho a brindarles servicio religioso alguno. Sus defunciones no se asentaron en ninguna iglesia parroquial y no fue hasta dos meses después que los asientos de enterramiento fueron hechos en libro correspondiente de la Necrópolis de Colón.
Hoy se conserva un sencillo monumento funerario que señala ese sitio ubicado fuera del área de enterramiento del Cementerio de Colón.
Olvidados por todos, menos por sus seres queridos y los que aborrecieron la tragedia y el dolor, permanecieron alrededor de dieciséis años hasta que, en la mañana del 9 de marzo de 1887, el doctor Fermín Valdés logró exhumar e identificar los restos de sus condiscípulos y los colocó en una caja de plomo que a su vez se puso dentro de otra de madera.
La cajuela se depositó temporalmente en el panteón de la familia Álvarez de la Campa, donde se erigió por suscripción popular un sencillo mausoleo donde depositar los restos de los ocho estudiantes.
Para su construcción se realizó una colecta pública. El pueblo donó más de veinticinco mil pesos y para contribuir a la recaudación de fondos, Valdés Domínguez publicó en marzo de 1887 la primera edición de su libro “El 27 de noviembre de 1871” que constaba de cuatro mil ejemplares vendidos en menos de un mes.
La obra completamente terminada costó cerca de treinta mil pesos. El monumento se inauguró solemnemente dos años después el de noviembre de 1889, décimo octavo aniversario del luctuoso suceso.
El 1 de agosto de 1898 muere en Santiago de Cuba el digno militar español que defendió a los estudiantes, el Teniente Coronel Federico Capdevila, sus restos fueron traídos a La Habana para ser depositados en el Mausoleo el 27 de noviembre.
El 13 de junio de 1910 falleció el doctor Valdés Domínguez, el hombre que más luchó por demostrar y establecer la inocencia absoluta de “sus hermanos muertos”. Su cadáver fue inhumado en una de las bóvedas del entonces Obispado de la Habana en el Cementerio de Colón y de ese lugar sus familiares lo trasladaron tres semanas después, el día 7 de julio, al Mausoleo de los Estudiantes. Por acuerdo de los compañeros supervivientes de la tragedia de 1871, se cerró para siempre la bóveda.
Fotos de monumentos funerarios: Cortesía de Bruno Suárez Romero
Fuentes consultadas:
Ecured
Biblioteca UH
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