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Las siluetas de una Habana moderna

Torres erigidas entre 1953 y 1958. Fuente: Archivo del Ministerio de Obras Públicas, 1960.

Por: Ruslan Muñoz Hernández y Alexis Jesús Rouco Méndez

Una de las imágenes icónicas de La Habana es el conocido perfil urbano de El Vedado: una silueta de alturas, gestada en la década de los años cincuenta del siglo XX, fruto de un agitado mercado inmobiliario. Tal desarrollo coincidió, a su vez, con la consolidación de la arquitectura del Movimiento Moderno en Cuba, lo que produjo exponentes urbano-arquitectónicos de relevancia que asumieron sus códigos. La aparición paulatina de torres residenciales, en sustitución de las antiguas residencias, fue sucediendo sin violentar la esencia de la organización urbana del barrio. Si bien es cierto que los intereses especulativos sacrificaron muchas veces la estética, y no siempre respetaron las ordenanzas de construcción establecidas, el universo heredado no es único ni monolítico y debemos apreciarlas como parte del paisaje urbano que componen.

Regulaciones para crecer

No fue hasta la institución del régimen de Propiedad Horizontal, mediante la Ley-Decreto 407 del 16 de septiembre de 1952, que se hizo posible incrementar las alturas existentes de hasta cuatro niveles.

En 1953 no quedó fijada una altura única para todo el territorio sino que El Vedado fue dividido en dos zonas donde se permitía alcanzar cotas diferentes, reguladas por el ancho de la calle del frente y no por el número de pisos.  

Edificio Focsa, 1956. Fuente: Cortesía del Archivo personal de Arq. Martin Domínguez Esteban

No obstante, la ligera tolerancia duró muy poco. Apenas unos meses después de esta Ley se autorizaba la construcción del mayor edificio de apartamentos de Cuba: el Focsa, que inició su ejecución en 1954. Sus 121 metros burlaron desmedidamente la regulación, lo que generó polémicas y discusiones. Por tal motivo, el 7 de septiembre de 1953, el Centro de la Propiedad Urbana envió al Alcalde de La Habana una comunicación, no solo para trasladarle la protesta de algunos propietarios que se consideraban perjudicados con la erección de un edificio de tales proporciones, sino, y principalmente, porque la autorización de esa obra constituía una infracción de las reglas aprobadas por la Cámara Municipal solo unas semanas atrás. La propia comunicación señalaba que la reglamentación de la altura de los edificios del barrio formaba parte de la necesaria planificación general para evitar el caos urbanístico.

“Si se comienza por infringir las normas establecidas, apenas puestas en vigor, no auguramos felices resultados a ningún plan regulador para el futuro” exponía la misiva al Alcalde y más adelante se añadía: “De nada servirá nunca la protesta de las entidades si las autoridades, que son las que tienen que hacer cumplir las Ordenanzas, toleran sus transgresiones”.

Ante semejante bloque residencial, en 1955, al Ayuntamiento no le quedó otro remedio que modificar nuevamente las regulaciones. Para seguir creciendo sobre la altura máxima especificada, los arquitectos e inversionistas debían reducir en 5% en cada planta la superficie de fabricación.

La carrera desenfrenada

La publicidad comercial de la época, asociada a este boom inmobiliario, hacía énfasis en el progreso de la ciudad a través de imágenes de los numerosos edificios como resultado de una alta concentración de inversiones. Para 1957 ya se habían erigido 37 torres, nueve de ellas en la calle 1ra. Se consolidaba así la puja por el frente de mar, lo que conllevó el bloqueo de fragmentos de visuales al litoral, fenómeno que se extendía dramáticamente hacia el oeste, con la urbanización de La Puntilla, al cruzar el río Almendares.

Para mediados de la década de 1950, las problemáticas de la ciudad hicieron impostergable la necesidad de una planificación urbana integral. De ahí que se emitiera la Ley de Planificación Nacional y que derivara, entre otros resultados, en la creación, en enero de 1955, de la Junta Nacional de Planificación (JNP).

En entrevista al arquitecto Alberto Prieto en relación con las inversiones inmobiliarias del El Vedado, se le preguntó: “¿Usted es de opinión de que se hagan esas pirámides de edificios de doce y quince y hasta veinte y veinticinco pisos que se están haciendo en el Vedado?”

A lo cual respondió: “Yo creo que esos edificios tienen su lugar en la ciudad contemporánea, pero hay que planear el conjunto para los mismos; un edificio de veinte, veinticinco y treinta pisos supone una concentración de mucha actividad, […] es necesario que esté rodeado de grandes espacios libres, por eso es que en las zonas donde se autorizan esos edificios primero se toman precauciones en relación a la circulación, etc., que permiten que esas áreas, no ahora que están comenzando a hacerse, sino dentro de veinticinco o treinta años, no sean tan congestionadas como en las partes antiguas de la ciudad”.

La intervención del destacado arquitecto apuntaba precisamente a las implicaciones para el uso y ocupación de suelo en las cercanías de las edificaciones altas. Solo en 1955 se habían aprobado seis nuevas torres, algunas de ellas compartían la misma manzana, sin reservar espacios abiertos. En ese mismo sentido, en el estudio “La Habana de 1956”, presentado al Primer Congreso Nacional de Planificación (que tuvo lugar en La Habana entre el 12 y el 17 de diciembre de 1956) por el arquitecto Carlos M. Maruri, se planteaba:

“Las urbanizaciones del Litoral (Vedado, Carmelo y Medina) son las que tienen mayor densidad de población. En ellas se construyen la mayoría de los edificios más altos de la Ciudad sin dejar suficientes espacios libres, lo que pronto creará áreas congestionadas con graves daños para esas zonas y en definitiva para toda la Ciudad.”

Para finales de 1958 ya el número de torres residenciales superaban las 50. Con el cambio político que significó la llegada al poder del Gobierno Revolucionario en 1959 las trasformaciones socio económicas implementadas desencadenaron un fuerte éxodo profesional y la desarticulación del engranaje financiero y constructivo que amparó hasta ese momento las inversiones inmobiliarias. En ese contexto, las licencias de fabricación cayeron de 447 (marzo de 1958) a 128 (marzo de 1959).

A partir de 1959 la producción arquitectónica dio un giro total en aras de potenciar nuevos programas y temáticas sociales que llegaran a las amplias mayorías. Con la interrupción constructiva, algunas de estas torres aún en ejecución, fueron expropiadas a los dueños que abandonaron el país y varias de ellas convertidas en residencias estudiantiles.

La reactivación inmobiliaria en el territorio a partir de los noventa ha dejado pocos exponentes. No obstante, en los últimos 4 años se aprecia un panorama que llama a la reflexión.

Notas finales

El Vedado es un paisaje histórico urbano (1), por sus valores, la zona es objeto de gran demanda para la inversión de nuevas edificaciones, por parte de entidades inmobiliarias y turísticas, cuyas acciones de intervención arquitectónica podrían dañar irremediablemente la calidad urbana del territorio de no practicarse de forma ordenada y coherente.

Lamentablemente, varios de los proyectos que se han materializado al no haber sido resultado de concursos, y por tanto de una selección, precisamente no guardan relación con la identidad y espíritu del contexto. Seguir sobrepasando las alturas fijadas en 2004 (77 metros y 25 niveles) por sus regulaciones, amenazan y desvirtúan su coherencia paisajística. 

¿Qué huellas dejarán en el paisaje las nuevas torres destinadas a hoteles (2) que superan las normativas? Estas son reflexiones que no se pueden soslayar, y que apuntan a la necesidad de profundizar en estudios posteriores.

Torres del Hotel Aston, 2022. Fuente: Autores

Las espigadas torres de El Vedado se consideran logros arquitectónicos pues permitieron alcanzar alturas considerables con el uso de las tecnologías. Dentro de los códigos del Movimiento Moderno hubo una rica diversidad volumétrica, salvo excepciones, muy funcionalistas y sin grandes pretensiones estéticas. En cambio, lo que las hace resultar más atractivas es su emplazamiento geográfico disperso, lo cual las convierte en hitos dentro del conjunto urbano.

Estas obras son parte innegable de la identidad del territorio y sus siluetas generaron un skyline que, a la luz del tiempo, es posible verlo como uno de sus sellos patrimoniales.

Sirva este estudio para valorar aún más el paisaje urbano que ha llegado hasta el presente y lo frágil que puede resultar si no se controlan adecuadamente las nuevas intervenciones arquitectónicas.


Nota: Para ampliar información sobre este tema se podrán consultar dos textos que saldrán próximamente en 2023, ambos de la autoría de Ruslan Muñoz Hernández, Alexis Jesús Rouco Méndez y Beatriz Fernández González: “Las torres de El Vedado [1952-1959], más allá de lo especulativo”, en: Arquitectura y Urbanismo (mayo-agosto 2023),volumen 44, número 2; y “El verticalismo residencial en La Habana promovido por la Ley de Propiedad Horizontal [1952-1959]”, en: International Journal, Cuban Studies, (Winter 2023), volumen 14, número 1.


Ruslan Muñoz Hernández Arquitecto, Máster en Vivienda Social y Doctor en Ciencias Técnicas. Profesor Auxiliar. Facultad de Arquitectura, Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría, CUJAE, La Habana, Cuba. E-mail: ruslan@arquitectura.cujae.edu.cu


Alexis Jesús Rouco Méndez. Arquitecto, Máster en Vivienda Social. Profesor Auxiliar. Facultad de Arquitectura, Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría, CUJAE, La Habana, Cuba. E-mail: ajroucos8@gmail.com, ajrouco@arquitectura.cujae.edu.cu


(1) Se entiende por paisaje urbano histórico la zona urbana resultante de una estratificación histórica de valores y atributos culturales y naturales, lo que trasciende la noción de "conjunto" o "centro histórico" para abarcar el contexto urbano general y su entorno geográfico. Ver: Unesco. Recomendación sobre el Paisaje Urbano Histórico https://whc.unesco.org/uploads/activities/documents/activity-638-100.pdf


(2) Por ejemplo: las torres de K, con 42 niveles y 144 metros de altura, y de 1ra y B, con 32 niveles y 110 metros de altura, en la primera franja del litoral.

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